Reina Valera Gómez 1Y otra vez entró en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano.
2Y le acechaban, si en sábado le sanaría, para poder acusarle.
3Entonces dijo al hombre que tenía seca la mano: Levántate y ponte en medio.
4Y les dijo: ¿Es lícito hacer bien en sábado, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban.
5Entonces mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y su mano le fue restaurada sana como la otra.
6Y saliendo los fariseos, en seguida tomaron consejo con los herodianos contra Él, de cómo le matarían. 7Mas Jesús se retiró al mar con sus discípulos, y le siguió una gran multitud de Galilea, y de Judea, 8y de Jerusalén, y de Idumea, y del otro lado del Jordán, y los de alrededor de Tiro y de Sidón, una gran multitud, que oyendo cuán grandes cosas hacía, vinieron a Él. 9Y dijo a sus discípulos que le tuviesen siempre apercibida una barca, por causa de la multitud, para que no le oprimiesen. 10Porque había sanado a muchos, de manera que por tocarle, caían sobre Él todos los que tenían plagas. 11Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de Él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. 12Mas Él les reprendía mucho que no le diesen a conocer. 13Y cuando subió al monte, llamó a sí a los que Él quiso, y vinieron a Él. 14Y ordenó a doce, para que estuviesen con Él, y para enviarlos a predicar. 15Y que tuviesen poder para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: 16A Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; 17a Jacobo, hijo de Zebedeo, a Juan hermano de Jacobo, a quienes puso por sobrenombre Boanerges, que es, Hijos del trueno; 18a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Jacobo, hijo de Alfeo, a Tadeo, a Simón el cananita, 19y a Judas Iscariote, el que le entregó. Y vinieron a casa. 20Y otra vez se agolpó la multitud, de manera que ellos ni aun podían comer pan. 21Y cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí. 22Y los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Belcebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios. 23Y llamándoles, les dijo en parábolas: ¿Cómo puede Satanás, echar fuera a Satanás? 24Y si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. 25Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer. 26Y si Satanás se levanta contra sí mismo, y se divide, no puede permanecer, antes ha llegado su fin. 27Nadie puede entrar en la casa del hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no ata al hombre fuerte, y entonces podrá saquear su casa. 28De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera con que blasfemaren; 29pero cualquiera que blasfemare contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que está en peligro de condenación eterna. 30Porque decían: Tiene espíritu inmundo. 31Entonces vienen sus hermanos y su madre, y estando afuera, envían a Él, llamándole. 32Y la multitud estaba sentada alrededor de Él, y le dijeron: He aquí, tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan. 33Y Él les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre, o mis hermanos? 34Y mirando alrededor a los que estaban sentados en derredor de Él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 35Porque todo aquel que hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. |